sábado, 1 de diciembre de 2012

Caso la Cantuta para no olvidar



20 años después y el dolor no se acaba


Era 25 de abril de 1993, Justo Arizapana Vicente, un reciclador dormía en un relleno sanitario de la quebrada de Chavilca en Cieneguilla como parte de su guardia al pendiente de un montículo de basura que sirvieran como parte de su labor, pero con vista de búho detectó la presencia de un carro que se asomaba hizo que este no reaccionara y se quedara quieto, una luz andante hacia él impulsó a que corriese a cuanto quebrada lo cubriera, convirtiéndose en el principal testigo de la ubicación de los nueves jóvenes estudiantes y un profesor de La Universidad la Cantuta que estaban desaparecidos desde julio de 1992.

 “Uno ordenaba: ya bájense las cajas, las  lampas, los picos de una vez, como hemos quedado de una vez. ... Ese día escuchaba por la radio el programa de Radioprogramas sobre los desaparecidos de la Cantuta, era el caso más tratado, y supuse que eran ellos”, Justo Arizapana relataba para las cámaras del canal dos.
Diez hombres bajaban del carro confirmando que no hubiesen testigos  para tratar de tapar el sol con un dedo sus acciones, se distribuían de tres en tres con palas y cajas de leche vacías, que iban enterrando. El reciclador, tomó la decisión de escarbar, cuando sus manos sintieron pedazos de carne y ropa pegada,  producto de la incineración, buscó  a su amigo Guillermo Cataroca y juntos dibujaron un mapa con la ubicación de las fosas.  

Guillermo Cataroca y Justo Arizapana cogen el mapa  de la ubicación
de las fosas clandestinas.

Justo y Guillermo con las manos al fuego introdujeron en un sobre manila el mapa y los restos del hueso de la cadera chamuscada, era remitido para al congresista Roger Cáceres Velásquez, principal investigador de los desaparecidos de la Cantuta. En julio de 1993, la revista “Sí” hacía pública la falta de investigación por las escasas pruebas. Luego de ese día, fiscales con los planos del reciclador hallaban las cuatro fosas clandestinas, que por el análisis forense descubrían que uno de los restos era del profesor de Educación Inicial Muñoz Sánchez.  
Fiscales revisan el hallazgo de restos humanos quemados
Nueve eran los estudiantes sospechosos de la explosión que ocurrió en la avenida Tarata en Miraflores, el 16 de julio de 1992: Bertila Lozano Torres, Dora Oyague Fierro, Luis Enrique Ortiz Perea, Armando Richard Amaro Cóndor, Robert Édgar Teodoro Espinoza, Heráclides Pablo Meza, Felipe Flores Chipana, Marcelino Rosales Cárdenas, y Juan Gabriel Mariños Figueroa, y junto a su profesor Hugo Muñoz Sánchez, fueron torturados, asesinados y quemados por el grupo paramilitar Colina.

Fotos de los nueves estudiantes y un profesor desaparecidos la noche
de julio en 1992.
Ya pasó 20 años del caso Cantuta y para Justo Arizapana la vida se vuelve dura, a diferentes medios él revela su arrepentimiento, de que sus ojos fueran testigos de lo ocurrido, ahora vive huyendo de la sociedad que una vez lo condeno por terrorismo injustamente y su nuevo motivo es el temor a que hayan represalias contra él, por lo que sabe, corre cuando ve a periodistas que lo llaman por su nombre, pues a cada lugar donde transita se hace llamar de diferente manera, la paranoia lo persigue y su estado de salud no es favorable.

Justo es contactado por diferentes medios, y colaboró para un documental llamado “La Cantuta en la Boca del Diablo”, donde muestran detalles como el diario La República fue el único medio que publicó sobre la intersección de hombres encapuchados que se llevaron a Muñoz y los 9 estudiantes de la Cantuta, y la persistencia del congresista Roger Cáceres Velásquez, presidente de la Comisión de Derechos Humanos (CCD) investigaba la desaparición mostrando como el gobierno del Presidente Alberto Fujimori era temido por todos al notarse arbitrariedades en los derechos humanos.
Justo Arizapana internado en setiembre del 2011
 en el Rebagliati.

La historia aún no acaba pues este humilde colaborador en setiembre del 2011 sufrió de una parálisis del lado izquierdo de su cuerpo y con ayuda de los elaboradores del documental pudo ser tratado a tiempo su enfermedad, esto prueba lo mal reconocida que puede ser una persona que ayudó a quitarnos la venda de los ojos ante una justicia que un día lo desamparó ante tanta corrupción que existió y que aún persiste en el país.
  

FUENTES: 
http://www.larepublica.pe/13-09-2011/arizapana-fue-trasladado-al-rebagliati
http://enlabocadeldiablo.com/archivo/estreno-internacional/




Fortaleza de identidad en la chacana


Busca que Perú Posible encuentre una ideología política que reúna a sus miembros para las elecciones del 2016.


Juan Sheput, actual líder de Perú Posible
Juan Sheput Moore, ex Ministro del Trabajo y Promoción del Empleo (MTPE), está frustrado ante las acciones políticas del Gobierno del Presidente de la República, Ollanta Humala, tras las protestas de los profesores y médicos, por el incremento de sus remuneraciones, pero el amor al Partido de Perú Posible, reenergiza ese espíritu con el que hace veinte años, incurrió en la políticas del Perú.

“Me encuentro en estos momentos en el palacio de Buckingham, está a punto de recibirme la reina, es la primera vez que un gobierno laborista. Cuatro obreros esperan el beneplácito, para ser ministros de Estado”; citó el ex Titular MTPE, con la fascinación que tiene hacia el político británico, Carlos Bunt, del libro Memorias de 1921, que lo tomó como base para difundirlo a los jóvenes militantes de Perú Posible (PP).

Aunque no solo un extranjero se llevo su atención en su carrera políticas, también lo fue su recordado amigo Hugo Garavito Saldaña, que lo describe con admiración como “un hombre entregado a la política”, que lo conoció en 1992 en casa de Paco Miroquesada, del Partido Popular Cristiano (PPC), luego cuando caminaban juntos desde el edificio de El Comercio, en el centro histórico de Lima hasta el Parque Ramón Castilla, para ahorrar en el pasaje.

“Una familia se encuentra en un partido político, que tiene como razón la unión a favor del Perú”, señaló Sheput, puesto que su familia, desde un aspecto más íntimo, conocía su pasión por la política, y que a partir de los 18 años, lo apoyarían a que sea partícipe del surgimiento ideológico, mientras terminara sus estudios como ingeniero.   

Juan Sheput junto con Alejandro Toledo, ex Presidente del Perú (2001-2005), para 1994 unieron fuerzas para fundar el Partido Perú Posible, que traería frutos para el 2001 al ganar en las elecciones presidenciales, considerado como el mejor ejemplo para los seguidores de la chacana, a la que alienta en la actualidad, para que resurjan de los escombros a descendido en la campaña presidencial del 2011.   

“Perú Posible (PP) y otros partidos políticos sufren de una falta de identidad sobre nuestra realidad”, señaló el ex ministro del MTPE, quien se mantiene como militante activo del PP, que a su vez busca cambiar la situación, definiendo la ideología del partido, para así analizar la situación de los peruanos con el objetivo de generar postulados y programas que mejoren el país.
Sheput mostró su sorpresa y frustración por la falta de preparación de los candidatos de su partido, al observar la página web de Perú Posible y de sus opositores, nota que informan que no hay una ideología como soporte, lo cual produce desunión de los partidarios,      y que cada uno vaya por su lado, sin solucionar en conjunto la situación, y que es reflejado por el actual Gobierno Humalista.

“La alianza entre Perú Posible y Gana Perú, ha llevado al partido a la mediocridad total”, indicó Sheput, con oposición a la decisión de Alejandro Toledo, ex Mandatario Peruano, al aliarse con Ollanta Humala, actual Presidente del Perú, ya que en el mandato no se encuentra ni un posibilista con cargo de relevancia  en su gobierno. 

Para el líder de la chacana, es absurdo el accionar de Miguel Castilla, del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), por los pedidos de los médicos y profesores por mejoras en la remuneración, resalta el Gobierno de Alejandro Toledo, cuando duplicó los sueldos de los profesores, puesto que si hay un auge económico; el Estado no puede escatimar, ni poner en riesgo la integridad de los ciudadanos.

“Costa Rica una selva virgen, tangente de minerales y petróleo, no permite su extracción, trae a laboratorios para producir los mejores medicamentos naturales. Colombia y Ecuador, también poseen selvas vírgenes y reciben pagas por los bonos de carbono que producen”, agregó el ex ministro MTPE, con referencia al caso de los conflictos sociales por el proyecto minero Conga, en Cajamarca, que prueba como peruanos que no tenemos una identidad ideológica definida.

“No creo que exista peruano que se oponga a una sana inversión minera. Los recursos se necesitan, pero sin sacrificar a las comunidades circundantes a los proyectos mineros”, refiere el líder del PP con preferencia a aclarar sus perspectivas con el proyecto minero Conga, puesto que el Presidente Ollanta Humala un tiempo aseguraba “pero primero está el agua”, y ahora se muestra a favor del proyecto Conga, que en actualidad fue suspendida hasta el 2014, algo desconcertante que deja en incertidumbre a los pobladores que luchan por mantener su naturaleza libre de contaminaciones.

El ex Ministro del Trabajo y Promoción del empleo, tiene como proyectos el fortalecimiento de Perú Posible, avocando a actividades que difundan al partido como maquinaria política, por medio de capacitaciones a jóvenes universitarios, que sean líderes en sus bases, para su participación en debates y combates de ideas.

La labor presentada por el miembro activo de Perú Posible, Juan Sheput, es prueba de las nuevas mejoras que se quieren para las futuras elecciones, y que se anhela por los peruanos, hacerse presente en el actual gobierno, que muestra una discrepancia de ideas, sobre lo que acontece en el país.     



Alumna: López Balandra, María Claudia.
Curso: Redacción III.  Turno: Tarde.

viernes, 26 de octubre de 2012

Emma Zunz (El Aleph (1949) - Jorge Luis Borges


EL CATORCE DE enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguánuna carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida.

Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto continuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue a su cuarto. Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Feino Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores.

En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día del suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre «el desfalco del cajero», recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal. Loewenthal, Aarón Loewenthal, antes gerente de la fábrica y ahora uno de los dueños. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie se lo había revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quizá rehuía la profana incredulidad; quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente. Loewenthal no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder. No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba perfecto su plan.

Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los otros. Había en la fábrica rumores de huelga; Emma se declaró, como siempre, contra toda violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repetir y deletrear su nombre y su apellido, tuvo que festejar las bromas vulgares que comentan la revisación. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discutió a qué cinematógrafo irían el domingo a la tarde. Luego, se habló de novios y nadie esperó que Emma hablara. Así, laborioso y trivial, pasó el viernes quince, la víspera. De vuelta, preparó una sopa de tapioca y unas legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a dormir. De pronto, alarmada, se levantó y corrió al cajón de la cómoda. Lo abrió; debajo del retrato de Milton Sills, donde la había dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie podía haberla visto; la empezó a leer y la rompió.

Emma vivía por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. En abril cumpliría diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico... Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero más razonable es conjeturar que al principio erró, inadvertida, por la indiferente recova... Entró en dos o tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres del Nordstjärnan. De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y después a un turbio zaguán y después a una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en el que había una vidriera con losanges idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y después a una puerta que se cerró. Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman.

El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. Cuando se quedó sola, Emma no abrió en seguida los ojos. En la mesa de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se incorporó y lo rompió como antes había roto la carta. Romper dinero es una impiedad, como tirar el pan; Emma se arrepintió, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel día... Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo.

El temor se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el asco. El asco y la tristeza la encadenaban, pero Emma lentamente se levantó y procedió a vestirse. En el cuarto no quedaban colores vivos; el último crepúsculo se agravaba. Emma pudo salir sin que lo advirtieran; en la esquina subió a un Lacroze, que iba al oeste. Eligió, conforme a su plan, el asiento más delantero, para que no le vieran la cara. Quizá le confortó verificar, en el insípido trajín de las calles, que lo acaecido no había contaminado las cosas. Viajó por barrios decrecientes y opacos, viéndolos y olvidándolos en el acto, y se apeó en una de las bocacalles de Warnes.

El sábado, la impaciencia la despertó. La impaciencia, no la inquietud, y el singular alivio de estar en aquel día, por fin. Ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzaría la simplicidad de los hechos. Leyó en La Prensa que el Nordstjärnan, de Malmö, zarparía esa noche del dique 3; llamó por teléfono a Loewenthal, insinuó que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor convenía a una delatora. Ningún otro hecho memorable ocurrió esa mañana. Emma trabajó hasta las doce y fijó con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo. Se acostó después de almorzar y recapituló, cerrados los ojos, el plan que había tramado. Pensó que la etapa final sería menos horrible que la primera y que le depararía, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia.

¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. ¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Ante Aarón Loeiventhal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez.
Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los ladrones; en el patio de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revólver. Había llorado con decoro, el año anterior, la inesperada muerte de su mujer - ¡una Gauss, que le trajo una buena dote! -, pero el dinero era su verdadera pasión. Con íntimo bochorno se sabía menos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones. Calvo, corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la ventana, el informe confidencial de la obrera Zunz.

La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La vio hacer un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Loewenthal oiría antes de morir. Paradójicamente su fatiga venía a ser una fuerza, pues la obligaba a concentrarse en los pormenores de la aventura y le ocultaba el fondo y el fin.

Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un instrumento de la Justicia, ella no quería ser castigada. Pero las cosas no ocurrieron así.

No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra. Tampoco tenía tiempo que perder en teatralerías. Sentada, tímida, pidió excusas a Loewenthal, invocó (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampidos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la suerte de Loewenthal.

En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar, y una efusión de brusca sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Los ladridos tirantes le recordaron que no podía, aún, descansar. Desordenó el diván, desabrochó el saco del cadáver, le quitó los quevedos salpicados y los dejó sobre el fichero. Emma inició la acusación que había preparado (“He vengado a mi padre y no me podrán castigar...”), pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender. Luego tomó el teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté...

La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.











viernes, 28 de septiembre de 2012

El poderío de la Plaza San Martín

La plaza que nunca dejó de brillar


Una vendedora de ojos cansados, con labios resecos que piden un poco de agua, y piel trigueña que oscurece aún más bajo la intensa luz del sol. Lleva una pequeña gorra azul, inútil para evitar la insolación. Su pantalón guinda y chompa de rayas blancas y negras son muestras de una vida humilde, pero no miserable. Camina con recelo, midiendo cada paso que da en la Plaza San Martín,  observando a las familias que guardan sus momentos felices en diminutas hojas fotográficas, por las que pagan un sol.

En el centro de la plaza los niños aguardan, con miradas inocentes y traviesas, el descenso de las palomas. La comerciante, aún lejos de ellos, se prepara para acercarse, pero repentinamente sus pies cambian de dirección. Sus piernas se flexionan, como para participar en una carrera de cien metros, pero en realidad es para huir de los serenos, que con sus casacas teñidas con tinta azul y cruzadas con líneas de color limón, que en la noche emiten una luz fluorescente, me recuerdan que estoy en la Plaza San Martín.

RESTAURADA, la Plaza San Martín conserva sus ornamentos y figuras
de mármol y bronce.

La plaza pasó por diferentes transformaciones a los largo de su historia. En 1601, una pareja de esposos, Cristóbal Sánchez y doña María Esquivel ante acto de bondad y luego de una larga conversación, decidieron donar a un grupo de religiosos de la Orden de San Juan de Dios el terreno con la idea que fuese usado para el cuidado de los enfermos y personas con pocos recursos.

En 1850, en este lugar se adaptaría la nueva estación de ferrocarriles en Lima del mismo nombre de la congregación, San Juan de Dios, que muestra el progreso económico de la capital, constaba de 15 locomotoras que a toda una velocidad inimaginable para entonces viajaba uno al Callao en tan solo 28 minutos, era una maravilla para la población, la distancia hasta la estación principal eran de 13 kilómetros, asombrosamente en las horas punta  tenían las famosas líneas extraordinarias, lo cual tienen una gran similitud de Lima actual que posee el Metropolitano que son buses espaciosos que transportan de norte a sur o viceversa, por todo Lima.

El convento-hospital y ferrocarril de San Juan de Dios, sería demolido en 1914 con el propósito de la construcción para la anhelada Plaza San Martín, la revista del momento Variedades Nº 333, el 18 de julio publicaba entre sus páginas fotos a blanco y negro el interior y exterior de lo poco que quedaba del ferrocarril.

 27 de julio de 1921, gran inauguración.


Un 27 de julio de 1921, Centenario de la Independencia del Perú, Leguía acompañado de ministros, congresistas, magistrados, jefes militares, diplomáticos, etc. dio paso a la inauguración tan ansiada para los limeños, pero el ridículo apareció cuando no descendió la lona roja que tapaba el monumento. Un intrépido Artidoro Cossio sin vergüenza salió de entre la muchedumbre y con su vitalidad subió a la cima del monumento descubriendo la figura de San Martín sentado en su caballo, y quedando sin cuerda por la cual descender, pero que con ayuda de los bomberos fue rescatado.

La plaza San Martín tiene más de 90 años de historia, y fue capaz de soportar los cambios de la naturaleza, pero también de ser siempre reconocida por su elegancia que aún no se agota.




Alumna: López Balandra, María Claudia.
Curso: Redacción III.  Turno: Tarde.